domingo, 13 de junio de 2010

Mora


Se abrió la ventana de par en par, y la calandria que siempre llegaba hasta el piso de madera, ese que reflejaba el bello sol de sus mañanas, esta vez no vino. Era una chica díficil, prácticamente desordenada, con un pelo sin personalidad, quebradizo, con rulos resabios de su incierta y tropezada infancia. Llevaba clásicos jeans todo el tiempo, le gustaban los puloveres violetas y las camisetas amarillas, pero usaba casi siempre la misma polera negra o el sacón azul,cruzado, el de botones grandotes brillantes . Es que claro, contradecía a diario sus sentires , y rechazaba las zapatillas con cordones. Casi siempre las dejaba a un costado, o en el mejor de los casos, las depositaba en una caja vieja de cartón a ver quién seria el afortunado que las llevara a pasear. Y la verdad que muchas razones no tenia para dar rienda suelta a tal desapego. En realidad ella decia que los abrojos en los zapatos le permiten a uno descalzarse más rápido, y como ella - pese a ser díficil- creia en las casualidades sabía que si uno camina más deprisa, es descalzo y que las ventajas son infinitas. Por ejemplo para la risa, o acaso para la caricia, definitivamente para el amor, siempre es mejor estar descalzo.

Aparte de la gracia de su segundo nombre, de su falta de confianza en ella misma, no era menor que la chica sea a la vez extrema, cautivante, sensible, apabullante, aunque definitiva.
Y después de todo, ¿por qué no lo sería? ¿si apabullarse la definia exactamente cuando su sensibilidad llegaba al extremo?
¿si la convencieron durante años que atarse los cordones de las zapatillas impiden que uno llegue más de prisa igual al amor, que a la felicidad, que a disfrutar de la vida ?.

Hasta sin poder creerlo y - curiosamente - algunos más atrevidos proclamaban que era bueno protegerse de ella, tanto como protegerse en ella, ¡qué contradicción la del prójimo!. Otros más emotivos o ¿lapidarios?, sin dudar, afirmaban que su caracter dificil era tan complicado que a veces no se sabia quién era ella, y que eso dolia tanto, tanto, que tanto dolor no se podia soportar.

La chica seguia ahi, de pie, suave, esperando a la calandria como todas las mañanas, llegando hasta el piso de madera, de espalda al sol. Sin avanzar ni un paso,hizo unos garabatos en el aire, y un sonido con la palma de su mano. En su retina fluorescente y viva , se quedó la última hoja cayendo del árbol que sostenia su casa. De pronto queria volar y no podia.
Cuando por fin se puso de nuevo en cuclillas, lo hizo con lágrimas en los ojos, como si hubiera sentido profundamente una emoción recorrida por años a lo largo de sus alas. Se encontró con que estaba despierta en el mismo nido, ese que habitaba cuando aún ni siquiera habia aprendido a atarse los cordones de las zapatillas.
Eran violetas, a lunares, de tela, número veintiseis.

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